10 septiembre, 2011

El jarroncito chino

El jarroncito chino estaba en la vitrina, con sus alegres colores y su peana de madera tallada de dragones y lacada en negro. Llevaba en casa lo que se suele decir "toda la vida", pero , en realidad fue un regalo que alguien le hizo a mi abuela Silvia. Perdido su valor sentimental, siempre mantuvo ese lugar privilegiado, por el económico. Al parecer era una pieza "interesante", en palabras de un especialista, datada en trescientos años de antigüedad. La  abuela había comentado, en su día, que se trataba de  un regalo hecho por un alumno de la escuela de primaria, donde ella era docente.
Hace unos días Cristina estaba limpiando la vitrina y se le cayó al suelo, rompiéndose en mil pedazos. Mamá se molestó algo pero, con su natural cortesía dijo-" No se preocupe Cristina. Estas cosas les suceden a los que quitamos el polvo". En ese momento, no sé por qué, miró a mi padre con cierto aire de reproche. Por supuesto, él siguió en su sofá viendo el partido de tenis mientras saboreaba una cerveza.
Decidieron que destrozado como estaba no tenía reparación posible. Lo mejor era tirarlo al cubo de la basura, pero yo me ofrecí a recoger los pedazos, los metí en una caja y los guardé en mi habitación. Allí estuvieron hasta  las vacaciones de Semana Santa. Me compré un superglue, un rollo de cinta de pintor y me dispuse a restaurarlo. Fue entonces cuando reparé en aquel trocito de papel , lo desdoble y leí - "Te amaré siempre, Alfredo".  No dije nada a nadie. Después encolé todos los pedazo pegando la dedicatoria en su interior  y lo devolví a la vitrina.
Le falta un pedacito. A veces, lo saco de su lugar y, mirando por ese huequito, lo hago girar como si fuera un caleidoscopio. Entonces, veo una multitud de cristales que componen una forma  de alegres colores. Es algo mágico que sólo yo soy capaz de percibir. Mis padres dicen que tengo demasiada imaginación.