
Era uno de esos niños a los que tan bien les sienta el traje de almirante en la primera comunión. Tenía cara de
señor mayor, de oficinista, de funcionario, de secretario municipal. Ya de bebé a su madre le ruborizaba darle el pecho y su padre, en esa situación, le miraba con cierto recelo, debo aclarar que
injustificado, pese a que el infante se prendía al seno materno con una fuerza desmedida. En la escuela fue un niño aplicado y, desde los siete años, empezó a llevar pantalón largo. Su éxito con las mujeres fue escaso lo que le condujo a la
misoginia y al escepticismo.
Con el paso del tiempo su físico fue
normalizándose con la erosión de los años en sus compañeros y la siempre igualitaria alopecia. Aquí lo vemos con un jersey de lana
confeccionado por su madre y
sin afeitar. Era un fin de semana de otoño de esos que nos predisponen a la melancolía y la
filatelia.
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