Pobre García Vilella, un pintor tan interesante, tan original y tan olvidado de todos. Apenas sale , raramente, alguna cosa suya en subastas. Homosexual en una época en la que te podían meter en la cárcel por ello, la vida debió ser dura para ese espíritu sensible, así que decidió exilarse en Alemania. Allí derivo hacia el arte abstracto, con una pintura muy densa de materia muy trabajada, intensa e interesante. En Alemania, vislumbró, por fin, el éxito que merecía, y, cuando las cosas empezaban a irle bien, cuando comenzaba a paladear el éxito , se lo llevó un cáncer. Espero que un día se te rinda el merecido homenaje. A mí, sin tu saberlo, me enseñaste a "ver" vida en la pintura, educaste mi mirada, y por ello te doy las gracias y te pido perdón por destruir aquella pintura que ,a los ojos del niño que soy, era tan real como la realidad misma.
25 abril, 2011
GARCÍA VILELLA
Pobre García Vilella, un pintor tan interesante, tan original y tan olvidado de todos. Apenas sale , raramente, alguna cosa suya en subastas. Homosexual en una época en la que te podían meter en la cárcel por ello, la vida debió ser dura para ese espíritu sensible, así que decidió exilarse en Alemania. Allí derivo hacia el arte abstracto, con una pintura muy densa de materia muy trabajada, intensa e interesante. En Alemania, vislumbró, por fin, el éxito que merecía, y, cuando las cosas empezaban a irle bien, cuando comenzaba a paladear el éxito , se lo llevó un cáncer. Espero que un día se te rinda el merecido homenaje. A mí, sin tu saberlo, me enseñaste a "ver" vida en la pintura, educaste mi mirada, y por ello te doy las gracias y te pido perdón por destruir aquella pintura que ,a los ojos del niño que soy, era tan real como la realidad misma.
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DANIEL ONESIMO

Así estaban las cosas cuando conoció a Luis, que era todo lo contrario. Fue una amistad breve pero le hizo reflexionar. Luis, pese a su grave enfermedad, tenía una mirada extrañamente positiva sobre el mundo, siempre decía que el verdadero éxito consistía en aceptar el fracaso, desengáñate Daniel, al final todos fracasamos de una forma u otra. Estaba contento de que el destino le hubiera señalado a él y no a sus seres queridos con el mal que le aquejaba.
Fructificaron esas conversaciones y Daniel empezó a cambiar su mirada. Sus ojos oscuros y opacos se volvieron más claros y su expresión más limpia. Incluso algunos días , a ratos , olvidaba su diferencia. En esas ocasiones , era capaz de conversar de una manera natural, sin tensiones , sin hacer discursos negativos. Fue así como comprobó que la gente dejaba de huirle, incluso algunos buscaban su amistad. Poco a poco fue recuperando cierta esperanza. Tal vez el pudiera aspirar al amor, a cierta manera de amar. No obstante, el temor al fracaso le hizo ser excesivamente cauto . Cuando conoció a María, tan tímida, frágil y sensible se enamoró de ella pero jamás se lo dijo y, fue tal su disimulo, que ella nunca se percató de nada. Buscó con insistencia su amistad y en ella se fue transformando en un ser cada vez más delicado, bondadoso y detallista. El camino iniciado con Luis se completó con esta nueva amistad. Daniel llegó a ser el mejor amigo, el confidente, el paño de lágrimas y el que más la hizo reír.
Un compañero del alma.
Pasaron los años, los novios, un breve marido. Con idas y venidas, con períodos de más estrechez y de mayor distancia, María siempre regresaba, herida, golpeada por el dolor de causado por aquellos que no supieron acariciarla. Daniel siempre estaba ahí ,disponible en la penumbra, dispuesto a escucharla, a ser su paño de lágrimas. Cuando le llamaba, en los ojos de Daniel se encendían las estrellas y su rostro se iluminaba con una bella sonrisa. Daniel salía de su letargo y corría a su encuentro, disimulando la prisa.
Así fue siempre, creo, porque me fui de aquella ciudad y nunca volví a verles pero, a veces pienso en ellos y me pregunto qué pasaría. Hacían una bonita pareja.
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10 abril, 2011
CHAGALL

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MATÍAS

El abuelo Matías vino a vivir a casa. Desde que se quedó solo, su vida en el pueblo era complicada, la casa no reunía las mínimas condiciones de higiene y él comía cualquier cosa. No se puede alimentar uno sólo con media lata de fabada, sin calentar, al día. Eso dijo mamá mientras papá permanecía callado. Así que vino a nuestra casa y lo instalaron en la pequeña habitación al lado de la cocina. Ese cuarto, en tiempos de bonanza había sido el del servicio pero, con la crisis, hacía tiempo que estaba vacío. Era un espacio pequeño y mal ventilado pero tenía un cuartito de baño independiente y eso era ideal para la próstata del abuelo. El abuelo Matías era un ser solitario, hablaba muy poco. Parecía, con su aspecto bonachón y su eterna sonrisa, un ser ensimismado. Siempre me gustó esa palabra que a él le venía como anillo al dedo. La verdad es que en casa daba muy poca guerra y se pasaba la mayor parte del día en el parque o haciendo algún recado que le mandaba mi madre o, cuando yo era pequeño, recogiéndome y llevándome al colegio. El resto de su tiempo, como ya he dicho, lo pasaba en el parque, sentado en un banco, sin relacionarse con otros ancianos ni jugar a la petanca. Siempre con su sonrisa y enfrascado en sus pensamientos que parecían llevarle muy lejos en el espacio y en el tiempo. Yo le preguntaba pero jamás me contestó. A papá le ponía muy nervioso, yo creo que su mera presencia le resultaba insoportable pero, eso se hacía más patente en la mesa, casi el único momento del día en el que coincidían. Este hombre, cuánto tarda en ponerle nata a las fresas, este hombre... y el abuelo simulaba no enterarse, se hacía el sordo más de lo que era. El abuelo se puso enfermo. El doctor dijo que se moriría pronto. Esto lo dijo procurando que el abuelo no lo escuchara pero él lo sabía. Lo deduje porque su sonrisa se hizo más expresiva, como si se alegrase de emprender ese viaje ansiado desde hacía tanto tiempo. Cuando murió, mamá encontró un paquete de cartas debajo de su cama. Estaban dentro de una caja. Las vi sin poder leerlas, parecían, a juzgar por su desgate, unos papeles leídos miles de veces. Creo que el abuelo las había leído cada noche desde que fueron escritas. Mamá las destruyó y, con ellas, el secreto del abuelo.
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05 abril, 2011
AMOR EN EL SUPER

Él hacía la compra distraído. Necesitaba algunas cosas y las iba metiendo en el carro a medida que las veía. Ella tenía prisa, compraba todo lo de la semana e iba tachando de la lista lo que ya había cogido de los estantes. El super estaba medio vacío a esa hora, la de la comida.
En el pasillo donde están las pastas y las latas de mejillones y las otras, él se paró un momento guiándose por el capricho. Ella dobló la esquina con prisa y chocaron. ÉL le pidió los papeles del seguro y ella sonrió. Lo siento, caballero, pero me acabo de sacar el carnet y, diciendo esto, se relajó un poco. La conversación fue así de breve, poco más. Se separaron para encontrase de nuevo en las colas de las cajas. Ella, al verlo, ralentizó su paso. Él lo aceleró. La sincronía fue tan perfecta que coincidieron en las puertas del ascensor que conducía al aparcamiento. Entraron, estaban los dos solos, tenían apenas un minuto. No hablaron del tiempo, ni miraron al techo. Él le dijo eres tan bella, ella sonrió de nuevo. Se abrazaron y se dieron un beso. Luego se abrieron las puertas y no se volvieron a ver nunca más. O sí, muchas veces, en el recuerdo.
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Javier Liebana

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