06 marzo, 2011

GRAU SANTOS

Grau Santos es, oficialmente mi primo y mi cuñado, y lo que , a continuación escribo me ha dicho que no piensa leerlo, mejor, así podré expresarme con más libertad , si cabe.
Los artistas somos, como los deportistas, personas descompensadas. Unos entrenan el músculo y se obsesionan con ello, otros entrenamos la imaginación y la sensibilidad hasta llegar a la hipertrofia. Naturalmente que no todos somos iguales, que hay verdaderos animales entre nosotros, Caravaggio por ejemplo, pero, estoy seguro que, incluso él era un ser delicado que recurrió a la careta para protegerse. La careta, las caretas, extraña coincidencia de todos los hombres y culturas. O quizá no tanto.
Grau Santos ha sido mi maestro a la manera de los artistas hasta el siglo XVIII, el me ha enseñado, pintando junto a mí, casi todo lo que sé de la vida y la pintura, y algunas cosas que no sé, sospecho. Viéndole pintar aprendí lo que era la pintura, el hombre ante el paisaje intentando comprender al Creador y sus , siempre perfectas, reglas de armonía. Nuestro pequeño, insignificante sentido frente a la inmensidad. Conocí a Chardin, a Vang Gogh , a Soutine, a Bonnard, a Vruillard, los dibujos de Seurat y las plumas de Rembrandt....y tantas cosas más que fueron llenándome y haciéndome un alma de cristal. Soy su alumno, no el mejor, pero soy eso.
Quiero a Julián, amo su pintura y al hombre, me parece el artista más sensible de cuantos he conocido en vida, el mejor dotado y soy, en este comentario, implacable y objetivo. Le he visto pintar tanto, hemos hablado tanto de pintura...
Hace treinta y tantos años Julián compró una casa en Majadahonda y allí construyó una pequeña y bonita nave que le sirve de taller. Sin pretenderlo, se iban a terminar sus viajes de pintor en la geografía. Aquel taller, ese jardín, con el pasar de los otoños, se han convertido en su Giverny.
En su taller he asistido a un extraño suceso que, al principio, me pasó inadvertido. Primero fueron las mesas antiguas, usadas por otras gentes que en ellas dejaron los recuerdos de sus manos, el discurrir de sus vidas y, las mesas se llenaron de flores vivas, de jarrones y de frutas, de tomates, de granadas...de flores muertas. Luego llegaron las láminas de los viejos maestros admirados, marionetas y telas hindúes, recuerdos de más viajes, más frutas, más flores... Así empezó a aparecer ante mis ojos una capa de estratos, un libro en el que yo podía, conocedor de la clave, leer los años transcurridos. Pues bien, los cuadros de Grau Santos, sus maravillosas naturalezas muertas, son las páginas de ese libro, del discurrir del tiempo, del lento paso de los años, de los estratos que están ante los ojos, de los que nosotros también somos. Y todo lo cubre el polvo, el polvo que todo lo matiza, el polvo necesario para leer la vida.

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